POR DENTRO



Hacía frío. Andaba la calle cuesta arriba, arrastrando la sombra de algo que ya no recuerdo. Como una pesadez invisible que se atasca en la suela del zapato y luego, posada sobre los edificios, vuelve todo más tenue, más gris, menos humano. Por fuera el mundo seguía su marcaje de agujas veloz y usual, presentaba las mismas características que de costumbre, seguía siendo ese cúmulo fingido de normalidad donde lo más extraordinario que sucede es el fugaz tránsito de peatones. Pero por dentro de mí un alma parecida a la mía, con el día y expectativas rotos en mil pedazos, lloraba trágicamente al encuentro con los monstruos internos, visiones negras de futuro; dentro de mis columnas, a través de un escenario, entre los bastidores del pasado, las aureolas de lo grandisonado se apagaban. Y ante mí, cenizas y fantasmas para no dormir.
Fuera el frío de Noviembre, dentro el desierto de un mes que no tiene nombre. Fuera los coches seguían pasando con su rugido de débil bestia que se duerme, pero sangraba por dentro una parte de mí, la rotura de un ala, el iris con el que había mirado tantas veces la vida. Y no se me notaba; y pasaba y entraba y salía y nadie me miraba; y formaba parte de la aglomeración de personas que, en suma, fingíamos quietud y normalidad; seguía andando calle arriba, por una Madrid congelada y eterna, surcaba su laberinto con porte común, pose conformista, sin mueca forzada. Pero por dentro una puerta se abría, inundaba de azul oscuro la habitación de la paz, y con las manos manchadas de índigo pintaba mi cara.
La vida seguía igual. El mundo no gritaba. Pero yo lo hacía, en silencio, andando despacio, corriendo dentro de mí un camino roto.



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