Guerra de miradas

Sabes que algo falla cuando buscas errores y no los hay. Todo aquello que parece perfecto suele ser lo más frágil y decadente. En el metro todos hacen guerras de miradas, en la oficina y en las calles más amplias o en las más oscuras. Hay personas que quedan en callejones sin conocerse, se intercambian ideas con la mente y luego se dan la vuelta y se van.

Encender un cigarro al borde del abismo un viernes al acabar un día más de horas que no pasan sino que caminan corren, intentan volar y pasarte de largo; y una mirada lejana se levanta del suelo y te mira de frente: la guerra más grande es enfrentarse a lo que te supera, por eso tienes que ser insuperable.

Cada noche, en lugar de rendirse y lanzarse a la fosa común se mira al cielo y se sonríe con lo que se tiene. Ya he tirado demasiadas fotografías, y las que he guardado para mirarlas y recordar demuestran que sé olvidar sin dificultad. Sigo creyendo en lo que nunca llegó, parando los pies en una estación de trenes de alta velocidad... pero por más que miro la luz no llega. Quizás deba andar hasta el final del túnel y hacer autoestop para llegar a una isla en medio de la ciudad. ¿Quién sabe qué nos depara? Las mentiras más bonitas son las que más duelen y las grandes verdades con el tiempo son el espejo de quién eres.


¿Serías capaz de perderte? Yo ya lo hice una vez. La gente colecciona canicas o sellos, pero yo soy coleccionista de historias. Las guardo en mi mente y tengo miles. Algunas de las más valiosas me cuesta recordarlas y las más grandiosas vuelven a mí cada día. Colecciono noches, calles, conversaciones pasadas y sueños de futuro. Son cosas que no se ven pero, créeme, existen y se llevan por dentro de la piel.


¿Has ganado más de mil batallas? Porque no importa cuántas veces has disparado tu maldita pistola de cristal, sino en cuántas guerras has triunfado.


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