Lavender

Recordó que en su bolsillo había guardado una servilleta donde un día antes le había escrito unas palabras a Lavender. Avanzó por el local esquivando personas hasta llegar a unas escaleras sucias llenas de botellas vacías y vasos en su mayoría rotos. Guardó la cocaína en su bolsillo y a cambio extrajo del mismo la servilleta con aquel mensaje desordenado. La abrió sin pensarlo dos veces y comenzó a leer su letra minúscula y borrosa acumulada en aquella suciedad.

He dado todo lo que fui y he matado todos mis sueños ligeros. He desaparecido y me he reencontrado. He tenido que ser valiente y volver a ver tu foto y he sido cobarde en una ocasión cuando inevitablemente he llorado viendo aquella pulsera que me regalaste, como en aquel cuento japonés del emperador cuyo hijo muere pero no llora hasta que al día siguiente ve su kimono tendido en el jardín, como cuando te marchaste y al día siguiente me miré al espejo. Y sin embargo supimos dejarlo arder. Íbamos en caravana a los conciertos y gritábamos eufóricos cuando todo iba bien. Encendíamos la llama y quemaba sin cesar. Decíamos lo que pensábamos sin pensar antes de actuar. Y en el acantilado frente las olas moradas aquella noche reíamos borrachos y sentía que llegaríamos lejos de verdad. Pero los planes se torcieron. Volvió el mundo y su crudeza. Volvió la realidad y nos envolvió con su verdad aunque no sabíamos nada. Volvió el supermercado. Volvió aquella carretera. Volví a echar flores a las tumbas de los niños muertos para sentirme buena persona a escondidas. Seguía yendo a la peluquería sólo a leer revistas en la sala de espera. Volvía a ir a tu casa y sin embargo te quería a pesar de tus errores y tu perfección y no importaba nada. Y me manchaba las manos de barro y las ideas de infectados mensajes, y cuando me perdía te encontraba en ese espejo. Pero tras aquel verano volvieron las hamacas y ese inevitable miedo a Septiembre.



Él pensaba que los hombres no lloraban pero también pensaba que eso era una gilipollez. Comenzó a llorar entonces y a sentirse idiota a la vez. Salió del local desesperadamente buscando una salida en la calle. Pero no había nada, sólo sombras de gente contra paredes y estrellas lejanas. Lavender decía que ver las estrellas era ver el pasado. Que la luz de las estrellas tardaba años en llegar y que la luz que veíamos al mirarlas era la que emitieron hacía siglos y que veíamos el pasado. Pero esa noche miraba las estrellas y le parecía que todo estaba enteramente
vacío.

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