EL TRÍPTICO DE LA BASURA MENTAL

MEMORIAL A)

La maleza que mueve los pájaros
el mundo se agrieta hoy con el grito de una niña
las montañas abruptas como la garganta de un fumador
las cloacas con ratas apestosas de pelo lacio y negro
los hocicos de todos los galgos
ramas de eucalipto, olor a frescor, al resurgir
de una mañana. Lo orgánico,
lo estropeamos. En Nueva York, en Mali.
Somos dioses tecnológicos, dioses de 
mugre
somos
estiércol esparcido por las paredes de la pureza natural
y otros, en los mejores casos son 
flores en el desierto


MEMORIAL B)

Desenvolví el amanecer como un regalo
me presenté a las puertas del ocaso
también a las del crepúsculo donde
me esperaba siempre
un Zeus maloliente con corbata
Le quise preguntar, mil porqués,
no me, aterví a nada.

Memorial de agravios a mi decadencia moral.
Ya no quiero ser buena si he de serlo entre puñales.
Veo amanecer y hoy me saluda Afrodita con la regla
mancha de rojo el mundo
y eso es la violencia.

Me miro desnuda en el espejo
me espera el reflejo de lo "no dicho nunca" por eso busco a Dios
(a quien más influye en el mundo) yo le
busco
en las luces del día
y aparece el broker más poderoso de Wall Street,
Jennifer López vestida de rojo.



MEMORIAL C)

No me considero lo suficientemente importante como para que mi opinión de mera mortal trascienda sobre otra gente; pero, aún así, voy a dar una opinión: no me fío de la gente a la que no le gusta el verano. Sé que parece una chorrada, pero tengo la arraigada opinión de que si alguien prefiere los sombríos, grises y fríos días del invierno a los calurosos y palmerienses días veraniegos de batidos y cócteles helados, es porque ese alguien tiene pingüinos asesinos, como mínimo, viviendo en el ala oeste de su corazón. No se puede, creo yo, preferir la sombra a la luz, aunque innegablemente las sombras sean hermosas, porque esconden un alba que hay que buscar. La luz blanca y amarilla que ilumina Madrid los domingos al sol es mucho más de fiar que la oscuridad de los bosques de lagartos. Y, todo esto, me lleva a algunos recuerdos de mi infancia, cuando no tenía ni idea de, como coloquialmente se dice, lo que vale un peine. Entonces, cuando el chico que te gustaba te invitaba a su cumpleaños, estallaban las bombas rosas del espacio en alegría y niñez invitando a todos los personajes de Disney a una fiesta invisible. Yo volvería por un día a esos momentos y no a los tristes rincones de algunos días de mi adolescencia que prefiero guardar en el cajón pequeño de la bestia; igual que prefiero volver a los iluminados días de verano antes que a esas tardes donde a las seis de la tarde ya es de noche y hay que salir a la calle con anorac; aunque, como con las sombras, con ese tipo de días de invierno pasa lo mismo: que tienen cierto encanto, por eso de la búsqueda del brillo, o esa dulce soledad que a veces se posa en tus mejillas igual que las mariposas en pétalos de margarita. Pero, en conjunto, así a grandes brochazos, por supuesto que antes que el invierno elijo el verano. A veces sufro por el mal del mundo, en mi habitación, y lloro. Otras muchas veces, mientras la gente se muere de hambre, paseo por la calle con un calipo de lima limón como un perro feliz que mueve el rabo y me olvido de las guerras y de las batallas de humo de Palestina. Y, es que, en el fondo, somos egoístas. A veces soy esa niña invitada a esa fiesta de aquel chico del amor infantil. Quizás haya tenido muchos problemas gordos y dolores de corazón en mi canica azul pero para un niño con sida de la India yo no tengo ni idea de lo que vale un peine. Quizás he creído atravesar inviernos cuando sólo he pasado noches en el cuartel frío del otoño. Tengo una inmensa suerte que aprovecho en días de sol como este, al escribir con un café lo primero que a la cabeza se me viene. Quiero piscina de cloro, adiós al frío. Quiero andar ligero y descalza como Los Picapiedra.  Como dijo Oscar Wilde, "La vida es demasiado importante como para tomársela en serio".



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