EN EL AUTOBÚS

Una selva de personas,
como si fuesen monos: yo reescribo sus historias,
invento sus vidas durante un
viaje.



Esa anciana del treceavo asiento acaricia su bastón
con sus dedos arrugados que simbolizan su tiempo.
Me lo invento: ha muerto su hija,
su marido ha perdido la memoria
y juega sola al Scrabble cuando no lo soporta más.



La mujer morena de la cuarta fila
tiene ángel en la mirada y un demonio introducido en su boca.
Mira desde lejos al hombre de pelo blanquecino
que mira nostálgicamente por la ventana y
-me invento-
recuerda a su perro atropellado.
Se aman en el intervalo de tiempo casa-oficina
y sus corazones están agotados.



He visto fantasmas dentro de las gorras de los conductores,
latas oxidadas bajo los asientos,
preocupaciones cotidianas típicas de este contemporáneo Occidente,
mal disimuladas en tics extraños
-agitar la pierna velozmente mientras se muerde un lápiz
y se hunde uno en ese inmoral miedo del pecado insano-,

les he visto mirar taxis y descubrir paralelismos millonarios.




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