Donde la inocencia de los niños
renace bajo los trajes de los
adultos.
Donde todos vivimos.
Donde no existen ni el racismo
ni la xenofobia,
un lugar donde no hay tráfico
de órganos
ni de sentimientos.
El mundo
de la luz blanca,
donde la noche cerrada no es
escenario de
asesinatos.
Donde no existe la alfombra
roja para los elegidos.
Donde las mujeres no abandonan
a sus hijos.
Donde no existe la pena de
muerte.
Donde no lapidan a las mujeres.
Un lugar en el que no torturan
a presos porque nadie necesita torturarles,
ya que nadie desea
avariciosamente nada
ni nadie emprende una batalla.
Donde no existen balas ni
campos de concentración.
Un lugar donde no pueden
entrar asesinos rutinarios,
aunque sí asesinos
arrepentidos.
Donde no hay perreras ni
jaulas:
hay libertad.
Donde en
ninguna calle aparecen jeringuillas por el asfalto,
donde no hay orfanatos porque
todos los niños tienen hogar.
Donde no existe la droga.
Un lugar en el que el poder sea
compartido por el pueblo
y donde el pueblo vele por
compartir.
Un mundo guiado por los ideales
más sencillos
de las raíces de la lógica y de
la benevolencia.
Donde te beso, me besas y nos
besan,
piso por donde pisas,
aman todos el mundo
que les vio nacer.
Ese lugar del que hablo no es
una utopía
sino el error de no haberlo
intentado.
Ese lugar,
donde todo eso pasa,
no es este lugar
llamado
Mundo.
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