DEJADME EN PAZ

Aquello era como si nuestro lugar de siempre hubiese creado en mitosis un mellizo deforme de sí mismo; las plantas moradas y el cielo ocre nos miraban acechando, se marchaban según acababa la noche. El nuevo día empuñaba su olor a tabaco entre sus manos produciendo un cáncer en el aire que me hacía enfermar.

De repente el pasillo,
y aparecías.

Aquí es donde venían a morir mis sueños llenos de ojeras y vestidos con gabardina; éste era el acantilado de las horas muertas, las pendientes de asfalto, las bocas llenas de sangre que aún quieren besar sin darse cuenta de que dan asco. Estaba en el páramo de lo imposible y los locales vacíos para siempre,

¿dónde estaban todos?

Y de repente pastillas y pastillas y pastillas y
pastillas;         algo transparente pero enérgico, como una voz de alarma, me llamaba desde la puerta real para que despertara. Y pastillas,

sí,                                no dejábamos de tragar.

Tus ojos habían cambiado de color,
y el firmamento,
y los faustos vagones sin rumbo que ahora me llevaban de vuelta al parque.

Venían para lanzarnos al lago de cocodrilos, como a los egipcios; venían para quedarse, igual que tú y tu perro fantasma que en lugar de agua sólo bebe leche; como yo, que ya nunca bebo nada que no sea vodka.

Nos presionaban para saltar,
nos bajaban las persianas,
nos apuntaban con la pistola blanca.

Suena de pronto la alarma,
dan las diez y de mi móvil sale entre el silecio una canción de los Rolling: había sido un sueño.

Llego a la cocina, intento recordar dónde estuve la noche anterior; alguien ha colocado una flor morada en la encimera y no ha sido nadie. Hay un ticket de tren sobre la mesa para esta tarde a ninguna parte y nadie lo ha comprado. Miro las nubes: amarillas. Y una voz que golpea mareada la ventana me indica que aún sigo soñando, me dice con su cuerpo de fantasma que en realidad la vida es sólo eso.