vulgar





Era la sexta rave a la que iba en medio mes. Lo necesitaba. Tampoco había un porqué exacto, pero sí razones sueltas, como la de que no soportaba más pisar su casa -aquella de los padres del infierno de la rutina y las responsabilidades que pesaban demasiado- o como la de que necesitaba vibrar con la música mientras bebía whisky a palo seco. Todo el mundo tragaba pastillas con alcohol o tomaba setas, pero ella no le encontraba ningún tipo de sentido a todo eso,y tampoco quería; sabía que si lo hacía se iba a volver loca. Su psiquiatra le había insistido a su madre mil veces para ingresarla en un centro porque su mente no era compatible para el hábitat social.


Entre las casi quinientas personas aglomeradas en el bosque y alrededor de los altavoces negros de los maleteros vio a un chico al que había visto cien veces antes, pero no sabía casi nada de él. Él la vio, y se acercó mientras sonaba una de las eléctricas canciones del primer disco de Skrillex.


-¿Quieres una?

-¿Qué es?
-EME. Te va a gustar.
-Paso. Si lo hago seguramente me volveré equizofrénica en menos de un cuarto de hora y acabaré perdida en la carretera de la Coruña creyendo que es el Sáhara.
-Siempre supe que eras rara.
-¿De qué hablas?
-Venga, no te hagas la loca. Llevamos viéndonos en el metro todos los días desde hace un año y nunca nos hemos dicho nada, pero lo sabemos.
-¿Tú crees? No sabía que eras de ese tipo de gente que sólo dice las cosas que piensa cuando está borracho.
-¿Y qué tendría de malo ser así?

Ella pensó. No. No tenía nada de malo; de hecho, era lo más normal del mundo. Pero ella huía de las cosas normales. Sus amigos la llamaban desde el otro lado del páramo, con las bolsas de plástico verde de los chinos llenas de botellas. Pero decidió ignorarles guiada por un impulso sobrenatural.


-¿Te vienes conmigo a dar una vuelta?

-¿Te apetece echar un polvo conmigo o qué? ¿Eres de esas?
-¿Y qué tendría de malo ser así?

Sonrieron. Se fueron corriendo y ni siquiera se besaron. Aún se oía la música a las seis de la mañana desde el edificio abandonado de las afueras recónditas de Moncloa.


-Y cuando me veas el lunes, ¿me saludarás en el metro?

-¿Quieres de verdad que lo haga? -dijo él, tumbándose en el suelo de hormigón lleno de colillas- Quizás sea más misterioso mirarnos sin decirnos nada, pero sabiéndolo todo.
-¿Y si eres una alucinación? Mi psiquiatra cree que tengo papeletas para padecer esquizofrenia en un futuro no muy lejano.

Él la tocó el brazo.


-¿Crees de verdad que es una alucinación?

-Sí, aunque me toques y lo sienta. Creo que esto no es verdad.
-¿Pero por qué?
-Porque esto es el tipo de cosas que nunca me pasan a mí.

El lunes no se dijeron nada, pero se miraron. El martes se sentaron juntos en el vagón de metro y recordaron el sábado de cigarros, de criticar al mundo y escuchar dubstep. El miércoles hablaron de sus libros favoritos y el jueves el psiquiatra volvió a citar a su madre para decirle que su hija se había curado.




Comentarios