Se rebautizaba a sí misma con miles de nombres para contar sus crónicas sin que la reconociesen en el relato. Las tramas iban por los árboles de la conciencia y llegaban al interior de un sueño perdido. Se encerraba en su soledad soñando que no era ni de sí misma, que sus fanatasías podrían cumplirse.
Este día no era ella: era todos sus presagios encerrados en un tarro a 100 grados. Este día ya no soy, tú no eres tú, ni ella es la chica imposible.
Este día es el último de todos los cuentos, se acaba la trama aquí, en la muerte del buen peligro, en el nacimiento de un peligro peor. La chica de pelo morado y las quince historias de amor, todas ellas igual de profundas. La chica sin nombre, con millones de miradas que atrapaban en un laberinto de deseo. La chica de metro sesentaycinco que se compraba calipos de lima limón y veía muchas películas antiguas para sentirse vieja. La chica nacida en Finlandia, nacida en el Congo, que llegaba a todas partes, tenía mil caras, mil ojos, mil fracasos acumulados debajo de la almohada.
Este día y en este lugar seguimos muriendo, desde la ciudad de arena. Ella soñaba que no era ni de sí misma, que era de todos, que el compromiso era una llave que se tragó un elefante de circo hace siglos y ahora sólo dictaba el viento.
Este día se iba a llamar viernes, sólo porque era realmente viernes y había decidido por una vez llamar a las cosas por su nombre, aunque desconociese el nombre de todas las cosas.
Seguía haciendo lo que sabía que no le convenía. Seguía siendo egoísta para sentirse vivia, aunque salvadora de cientos de personas.
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