PALABRAS SIN DUEÑO


Lo único que siempre llega es el presente.


El biólogo que dijo que la vida era nacer, crecer, reproducirse y morir se equivocaba.

A no ser,
que con todo eso también subrayase "dolor", sin que nadie
se enterase,
detrás de su teatro de probetas y ranas disecadas.


Pero no: la vida no puede estudiarse, hay tantas vidas
como seres vivos existen, dime tú,
cómo estudiar algo infinito.


El médico que dijo cáncer seguido de dos meses
no fue jamás todo lo buena persona que pudo: decir "muerte" 
sin sentir a la parca rozar tu nuca y la del otro, congelada, 
es no sentir tampoco la emoción de la lluvia: no me digas 
que los sentimientos no son la persona: no me digas el día de mi muerte
porque yo te vi morir en la guerra, lo que fuiste después
fueron sólo proyecciones.


La mujer anciana del banco que dijo que las palomas la querían
estaba mintiendo: sólo quieren comer, para ellas la vida sí que es
nacer, crecer, reproducirse y morir: para nosotros no,
en cuanto entra en juego un pensamiento o la mera estrada
de un dibujo en ruinas, una ciudad estampada en luces,
en cuanto entran el amor y el dolor y la pasión desenfrenada
de estar vivos.


La persona cualquiera que nació y pensó que la vida era fácil
se equivocaba: nos movemos en bucle, sacamos a escena nuestras mejores
armas para quedarnos nuevamente desarmados; cuando volvemos 
detrás del telón y vemos al apuntador revisando las horas de papel
sobre las palmas de las manos del director y recitando en su mente
el papel del otro, el que dirá bajo en escenario: la voz entonces no importa,
en el momento del ya y del acto porque no hay intención;

si dijeron que somos dueños de las palabras se equivocaban: vivir no es supervivencia 
ni decirle a quién
a cuántos amamos de tantos, ya ni acariciamos la pureza del silencio,
señalamos en las heridas abiertas cuánto duele vivir, y vivir no es si quiera 
paciencia: vivir esperando es esperar que vuelva a llover,


¿y quién tiene la razón?


Nacer, crecer, crecer, crecer, crecer, crecer...




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