CÍRCULOS AZULES




Círculos se dibujan a mi alrededor. Me veo envuelta por circunferencias azules que crecen con la noche, que arden con el día. Algo emerge de las alcantarillas y de las ventanas de las casas. Un hedor extraño. Círculos. Siempre hay bocas mudas a las puertas de todo, por eso tenemos que adivinar el mensaje.

Círculos infinitos como formando muelles crecen desde mi pies. Y la música que sale de los coches se convierte en la banda sonora de la ciudad. Los salones elegantes, los bailes, los supermercados, los mendigos, los empresarios de maletín, los veranos: todo es parte del mismo juego, todo forma parte del círculo que siento que me rodea una y otra vez, una y otra vez, una y otra vez. Y todo aquello que no es mío se posa por las paredes de mi habitación, por dentro de mí, todo aquello que simplemente me rodea vuelve a arder. Y veo tristeza en los ojos de la gente, y amor, y futuro. Y no quiero disfrazarme aunque ello conlleve de nuevo soledad ante la vida. Miraré a los ojos de todo aquel que quiera devolverme la mirada, e intentaré adivinar los dragones que crecen por dentro de sus pieles. 

Todos los extraños que se acercan cada vez más a la honda soledad del día a día me producen tanta tristeza que a veces me han entrado ganas de preguntarles si querían un abrazo. Huecos, cigarros, soles azules, tanta magia, a veces tanta oscuridad en las esquinas a veces nada. A veces la noche. A veces la ciudad se despierta como una bestia que dormía al son de los más dulces acordes, y arde, y muere y vive a cada instante y sabe convertir en oro el naranja y sabe mirarte igual que tú miras la tristeza en los ojos de otra gente.





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