rem






Si hay algo de inmortal en mí son mis palabras; mi cuerpo en realdad es efímero, fruto de la noche, fantasma de la nostalgia; mi mente es como el humo amarillo de mi cigarro que se entremezcla con mis sábanas heladas por la Luna que entra por mi ventana: yo la miro, vestida de semibrillo de satén, es la mujer eterna de todos los hombres. No como yo. Yo no soy eterna, pero tal vez sí mis palabras. Por eso escribo: para no morir nunca. Quizás converjan como puntos distantes el fausto astro y mis palabras algún día cuando muera. Quizás también nos encontremos como puntos de diferentes sueños ates del rem; quizás despertemos de la mano huyendo en el tren que recorre las raíces de la vida. Quizás dios seamos nosotros, quizás seamos algo más que vida al escribir nuestras palabras.

La muerte es tan rápida. La muerte es tan lenta.

Miro las placas circunferenciales y lumínicas de los semáforos, espero la hora del camaleón cuando la piel cambia de color y se tiñe de transparencia; y cuando el foco pasa de rojo a verde cruzo sin prisa esta senda del deseo que lleva a ninguna parte. Y hablo, y escribo, y muero a cada instante. Y renazco cada día que despierto tras cada noche que soñamos, que nos encontramos en el rem. Pierdo mi fe en cada ángel de cada elemento. Hoy muere la nostalgia de la mano de la luna; hoy el humo es sólo humo donde muerte es sólo vida. Quizás amanezcamos en ese tren y paremos en una isla llamada eternidad. Entonces miraré mis proyecciones y yo seré sólo yo, la vida será sólo sueño en lo vivido.

La vida es tan corta. La vida es tan larga.


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