veneno








Farolas de luces lechosas entre papel de aluminio; yonkies sin nombre. El dunkin donut vende grasa eléctrica, glaseado de esmeralda precocinada. Estados unidos aplasta islas con su zapato de metal cargado de fuego blanco, ambición de corredor de apuestas, política del falso héroe. Supermercados congelados, vitaminas en pastillas, robots en las escuelas. Se abre una grieta profunda en Saturno y la NASA calla la respuesta. No creo que la literatura esté comprometida con salvar el mundo, contar sus fallos, ni que superponga el poder de la palabra por salvarnos al poder de la palabra por el arte. No critico, no subestimo, no me temo heroÍna por contar monstruos. No trato de esquematizar el error, me baño simplemente entre los hombres de este mundo, desconozco este abismo, esta película y la otra, también amé y dejé de amar. Veo fallos y magia edulcorada en las tiendas de juguetes, veo poder y compro sus camisetas. Y sin embargo a veces no me fío de las imágenes que construyo sobre el aire, y no creo en nada más que en lo que veo. Es como encontrar todas las palabras en una sopa de letras. El mundo es brillo y brillo acumulado, hay un chorro de lefa tras cada nacimiento, hay fluorescencia en discotecas, hay sabios demonios en los libros. Malas influencias como licuadoras del saber, droga como tranvía de otra vida, profesores como huellas sólidas en el cemento; cuán opaco es el sentimiento que parecemos el mago de Oz, que en cualquier momento Totó tirará abajo nuestra cortina y nos veremos desnudos ante los otros, neolíticos, incapaces. Beso el suelo porque sabe a gloria estar aquí, abajo, entre las bestias. Miro el cielo porque sabe custodiarme y llenarme de eternidad. Tiras de farolas y hormigón, pasados fucsias, días nublados. Nada como el mar, a fin de cuentas, nada como la inmensidad que nos encandila desde el cielo, desde la puerta de casa, desde la salida del cine. Verde veneno, el perderse por dentro y por fuera; y pasiva gloria la de recuperarse, entre la variedad de la ciudad, variedad como la los dioses egipcios. El cielo es claro y limpio como un cuerpo desnudo. Nada como los perros vagabundos de cementerios para entender el extravío. Nada como una madre que arropa las dudas y tu cuerpo infantil años antes de la gran hora-precipicio. Nada tan poderoso como la helada amenaza de la muerte sobre la nuca, al ver en una calle el fin de la vida, junto a un coche, donde se apoya un mendigo con sida.




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