He tratado demasiadas veces de entender cómo
funcionamos. Con ésto me refiero a porqué el amor, el odio, la avaricia, el
egoísmo y el deseo funcionan así. Porqué hemos establecido un código entre los
seres humanos, un lenguaje inquebrantable. Nos deseamos, odiamos, envidiamos. Y
fuera de esos límites, pocas cosas hay. En realidad todo se reduce a eso. Y
caminamos por el mundo, vivimos, pensamos, y aún así no entiendo porqué estamos
aquí, quién puso esa piedra en ese bosque, porqué somos capaces de amar tanto
que daríamos la vida, porqué somos capaces de odiar tanto que nos la podríamos
quitar. Y entre todo esto camino por la ciudad de la belleza, de las bestias,
de los astros y de las luces, y observo y observo. A veces incluso hablo de
más, porque en el fondo no creo saber nada. Ni siquiera sé para qué sirve una
estrella, quién nadó por primera vez el agua, quién vio el helio repetido del
sol caer sobre nosotros por primera vez, quién pronunció la primera vida. Ni
siquiera sabría acertar con mis palabras más que dos verdades: la verdad de que
siento este mundo dentro de una canica, la verdad de que estoy viva. Seguiré
buscando y buscando, dibujando círculos azules en las sendas de mi propio
saber, preguntándome la vida y las señales. Seguiré mi camino de pensamiento
ufano que se rinde con la luna cuando se acaba el día. Seguiré pensando la
muerte como masa oscura y lejana y mientras tanto seguiré viviendo esta vida
que tan poco entiendo pero que tanto siento. Quizás a veces olvido el fuego que
llevo en mi corazón. A veces he temido parecerme a todos aquellos que odian más
de lo que aman. Pero no soy así, porque les he observado y he huido de sus sombras.
Seguiré buscando a Dios en la escarcha, en la sonrisa de un niño, en las
sombras, en el amor. Seguiré buscando hasta que encuentre, simplemente porque
dejé de creer que vivir es sólo aprender. Vivir es también buscar.
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