PIS



Había una vez una niña que tenía un diamante color ámbar; no estaba contenta con él, porque su color era parecido al del pis, amarillo y sin matices. Por eso, cada día, iba al callejón de los diamantes a deleitarse observando ejemplares de todos los colores: diamantes con toda la gama del arcoíris, diamantes de varios azules diferentes, diamantes de tres colores... Todos sus ahorros los invertía en comprar diamantes nuevos. Los llevaba a su casa y, bajo su candil de petróleo, los observaba detenidamente y se sumergía en sus intensos colores de todas las temperaturas; pero, al final, todos aquellos diamantes se acababan rompiendo con una mera caída, se rasgaban con simplemente deslizar la uña por su superficie... pero la niña no se daba por vencida, y seguía invirtiendo todo su dinero en comprar en secreto todos aquellos diamantes maravillosos mientras, el de color ámbar, permanecía tristemente abandonado en el fondo del cajón de su mesilla de noche.

Un día, harta de sacar cada mañana al contenedor pedazos de diamantes rotos, decidió darle una oportunidad al diamante color pis. Lo sacó de su cajón, se sentó en la cama, prendió su candil de petróleo y comenzó a observarlo en profundidad; pero no veía nada, sólo pequeños destellos dorados y algún que otro haz amarillo intenso. Decidió tirarlo al suelo, a ver qué pasaba; le parecía un riesgo, pero deseaba hacerlo para ver si era un simple diamante más, tan frágil como los demás. Lo dejó caer entre sus manos y permaneció intacto. De pronto, su gato gris irrumpió maullando en la habitación, mirando encandilado al techo. La niña, para averiguar qué miraba el gato tan pasmadamente, le imitó y, cuando levantó la vista, se dio cuenta de que, sobre el blanco del techo, su diamante ámbar había proyectado luces de todos los colores y formas del Universo.


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