INVIERNO




Escalé muros sin salida que parecían custodiar las aldeas perpetuas de la ciudad de hierro. 

Necesitaba escapar de los polígonos industriales, de los anuncios multicolores, de los supermercados de empresarios y borbotones de luz. Deseaba chocar contra algo que quebrase en orificios con salidas al mar, para nadar entre los peces bobos, para no tener que hablar con nadie. 

Mi mente no estaba conmigo: que yo no era sólo yo, que habría hecho falta otro corazón para soportarlo. 

La rutina invernal, casi tan trascendente como hibernar tres meses. No sé ni para qué volví, supongo que tendría que recoger mis notas.

Los pinos bañados en nieve como adolescentes con restos de coca en la nariz. Diez canciones de la radio y hoy he vuelto a perderme. 

Con mis ojos al cerrarlos he vuelto a la playa de un verano que huele a flores y guitarra. La misma playa azul en cuyo muelle, aquella noche, divisé por primera vez aquellos muros sin salida.





Comentarios

  1. Teresa cuando escribes entradas tan bonitas, no me canso de leerlas una y otra vez. Y, ésta sin duda, es magnífica. :)

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