AQUELLOS DÍAS GRISES





Era agosto, el mes amarillo. Soplaba el viento del olvido, entraba por la ventana de aquella casa donde había dormido, a cuyos dueños no conocía. Se había fijado en el conjunto de ramas que se dibujaba como una microjungla más allá de su ventana. Decidió salir a descubrir aquel lejano mundo de lobos, gasolina y edificios de empresas. Anduvo por los ríos de acero de aquella ciudad, sola, sólo con unas monedas en el bolsillo, sin futuro dibujado, con mil promesas en sus ojos tan aferradas al brillo de su mirada que casi parecía que se había puesto unas lentillas con las que podía atravesar el corazón de la gente. Se deleitó de la dulce tristeza de mendigos tocando el acordeón en la calle, como si un alma bondadosa se atreviera a dejar caer en sus gorras llenas de agujeros algún billete; se deleitó de las mujeres con vestidos de flores que lloraban por dentro; se iba fijando en los lagos grises posados en los pechos de ancianos que solos en bancos daban de comer a las palomas. Aquel prodigioso mirar, aquel talento de ver junglas más allá de las ventanas, corazones más allá de caras, futuros más allá que el día que acontece. 
Llamó a puertas, buscó salidas. Pero demasiadas lunas más tarde cayó en los vicios de vidrio y polvo blanco. Pronto cayó en la cuenta de que ya era tarde, de que ahora era ella quien pedía con un vaso de plástico, entre unas mantas, alguno de esos billetes. Hacía ya demasiado tiempo que había escapado del orfanato, que había intentado hacerse un hueco en la ciudad de las bestias. Pero irremediablemente acabó acampando para siempre en una calle llamada Melancolía y algunos ojos de extraños y su futuro definitivamente estaba quebrado. Dándose cuenta de todo esto, con el rio de sus lágrimas derramándose por las palmas abiertas y ásperas de sus manos, se topó de frente con el espejo del escaparate de un McDonald's, y en sus pupilas vio otra versión de ella, como si fuera una serpiente que hubiera mudado de piel. Vio una valiente mujer, con un nuevo futuro por pintar, y decidió marcharse a otra ciudad.
Vibró el cielo. El asfalto. El polen de los parques. 
Y sólo pudo verlo ella.



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