P E R S O N A


Mi cuerpo como una cascada.
Como una cascada de plomo fundido mi cuerpo, atravesando una frondosa
selva negra. Ahí también tus ojos. Tus ojos con los míos una conexión
aparentemente infinita
realmente efímera.
Había un rellano oxidado entre nuestras ventanas y el niño del tiempo sentado.

Era otro día más de bajón en la ciudad de hierro, atravesando anuncios publicitarios en placas lumínicas, carcajadas ácidas, miradas caídas, recuerdos como bloques de hormigón. Ya lo sé, que una calle es sólo calle pero para mí puede ser guerra; que la tierra es sólo tierra pero para mí puede ser el polvo esparcido de la materia. Para mí fuiste el nocturno nº13 de Chopin, la casa de la que te enamoraste, todos tus besos y todas tus palabras hirientes como hojas de hojalata. Bebimos la sangre del tiempo y caducamos como historia. Besamos a las horas y sellaron para siempre el cauce de nosotros sobre la superficie de un planeta paralelo donde realmente sólo estaba yo, proyectándote sobre el cielo. Y fuiste luna. Tal vez lo mismo sea la Tierra, el sueño de un dios, la luna su musa, el sol su viva estrella.

Un levantar la mirada, encontrar una respuesta.
Caducó la eternidad, nunca fue eterna, simplemente elegimos mal la palabra. La correcta era
apariencia.

Una montaña rusa sobre la que viajo trazando curvas en el aire, como haces de efervescencia imperceptible. El fuego puro fuego pero también
la nada
pura nada.

Veo el tiempo a veces fausto,
otras traicionero, asesino. A veces el pasado se queda como una membrana translúcida
entre mis ojos y el mundo, como las ventanas del metro. Entonces descubro
la ventana al mundo
son mis ojos.

A veces tanto, otras tampoco. A veces en un mapa del metro veo una odisea,
un mundo por ser descubierto y destapado como un regalo; otras veo
bocas bostezando por las esquinas
trabajos mal pagados
una muerte asegurada
decadencia, falta de sueños y de sueño.

¿Con qué quedarme? Una luna amarilla la boca sonriente de un niño
el calorfrío de la primavera
la lluvia añil que se derrama por la Gran Vía de Madrid como si algo fuera capaz de borrar la tristeza
las sonrisas ligeras de ancianas que miran fotografías en carteras
el metro y sus cristales translúcidos... es entonces: mi reflejo
en ellos aparece
y parezco un cuadro de Francis Bacon; mi cara difusa
se confunde con la gente
y descubro que soy eso: persona. Y sin embargo qué grandes parecen
nuestros mundos que casi podríamos jurar que somos un privilegiado pedazo de materia. A veces casi seríamos capaces de pronunciarnos inmortales. Y no.
Caducaremos. Eso me hace sentir pesada, como una cascada de plomo.
Entonces recuerdo la magia.
Y la vida a veces es
alegría contra felicidad
mundo contra el hombre
efimereza contra eternidad
felicidad y tristeza
yo me quedo con nuestros ojos fundidos
en un microsegundo.




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