EL BRILLO PERDIDO



Pasan los años. Pasa la vida,
y tú con ella sin la mía.
Pasas también tú por el andén del tren de las nueve que nunca llegaba a tiempo.
Se abre una grieta en la estación de lo imborrable
a través de la cual tus ojos desquiciados buscan el fallo en su abismo.

Llamo con los nudillos de mi mano a tu puerta astillada por la rabia
creyendo que habrá calma al otro lado de ese túnel
y llegas diciendo todo con sólo decir nada. "Pasa,"
y me siento a contemplar el oro perdido.

¿Qué?
Pregunto ¿qué?
Y silencio inquebrantable, y tu mudez reside en las palabras
de tu boca dichas nunca.
La locura del abatido que se borra a sí mismo en espiral.
Brujo de la oscuridad.
Malabarista de palabras.
Constructor de estaciones por las que no pasa el tiempo.

¿Qué?
Preguntaste. Saltaste
también
agarrándonos de la mano
sin si quiera preguntar si queríamos acompañarte
a la guarida de las bestias sin retorno.

¿Sí? ¿No? ¿Cuándo?
¿Por qué
DEMONIOS.

Ahora el vacío abre sus púas de erizo maldito
y clava en ellas las horas como una manecilla imparable.

La pureza del pasado, las cosas buenas, lo roto que quedó todo aquella tarde.
TÚ.  Ese tú que conmigo
un nosotros, ese tú
que ahora solo, ese yo
que ahora enmudece en la estación
esperando un tren que no va a llegar.

Arde. Arden las cabinas eternas desde las que trato de llamarte
pero comunicas. Mudez. Quietud. Tras tu guerra
perpetua calma.

Te llevaré siempre, sin querer mirarte.
Te miraré siempre, sin querer amarte.
Te buscaré siempre, sin querer encontrarte.
Serás siempre aquel hermoso regalo que por vida se dio, que ojalá
la vida
no me hubiera dado nunca.

























A P.

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